Hola desde Malasia,
Cada vez que llego a una isla siento una alegría y una paz que me hacen cuestionar por qué tarde tanto en volver al agua, qué hacia muriéndome de calor en el cemento de la ciudades. Pero no es sólo la temperatura, en las islas me siento a gusto, como pez en el agua.
Desde Georgetown en la costa oeste de Malasia crucé hacia la costa este. Una parte a dedo, otra en bus. Esta región del país tiene mayoría musulmana y son más tradicionales. Aprendí que aunque me vista con pantalón largo y camisa con mangas una mujer viajando sola en esta parte del mundo llama mucho la atención. Es normal la curiosidad, nuestras culturas son muy distintas. Por eso, cuando lo considero necesario, aclaro que mi esposo llega la próxima semana, que se retrasó en Argentina por cuestiones impostergables de negocios.
La isla de Kapas.
Desde Marang tomé una lancha que en 20 minutos me dejó en la isla de Kapas. Toda su belleza está contenida en tres kilómetros de largo por uno de ancho. La costa que mira el continente tiene playas de arena clara y aguas transparentes. La costa de mar abierto es de rocas y tiene una única playa con piedras (lo cual me hizo acordar de Isla Grande en Brasil, y la vuelta en kayak). El corazón de Kapas late al ritmo del bosque nativo. No hay calles ni mercados. El puñado de hospedajes y restaurantes se conectan por la playa. Durante los meses de monzón (noviembre a febrero) la gente abandona la isla pues el nivel del agua crece haciendo desaparecer la playa y todo se inunda. Dicen que una sóla persona se niega a abandonar la isla y es quien avisa si hay daños graves en alguna casa. Es el mismo isleño que, junto con otros locales, duerme en la playa. No por falta de cama y techo, sino por amor a este lugar.
Bajé de la lancha en la playa del camping. Me recibió Augusto, compatriota viajero y único huésped del camping. Mi carpa alquilada tenía vista directa al mar turquesa, a escasos metros de la playa. La isla es hermosa: agua transparente con una temperatura ideal (ni fría como en la costa de Argentina, ni caliente como en algunas islas de Tailandia), podés estar horas haciendo snorkel entre los corales, además el bosque nativo proporciona sombra en la playa. Pocas construcciones y pocos turistas, muy pocos. Sería el paraíso si no fuera porque la droga circula y es un vicio entre muchos locales que terminan muy flacos y sin dientes, entre otros problemas.
Augusto me convidó el almuerzo que él mismo había preparado. Luego apareció un chico malayo que nos invitó a jugar al voley. Soy malísima en este deporte y quise excusarme pero les faltaba una persona así que no tuve opción. Pobre el equipo que me tuviera entre sus jugadores. Resultó ser que era un torneo entre los trabajadores locales de la isla, con árbitro, reglas, premiación y cena de gala. Augusto y yo éramos los únicos extranjeros invitados, un honor. Allí conocí a los trabajadores de la isla, quienes me regalarían un saludo cada día de mi estadía.
Premio para el equipo del último puesto.
En esta isla vi por primera vez a una mujer musulmana (¿ortodoxa? ¿tradicional? no sé cómo decirlo correctamente) meterse al mar. Completamente cubierta, pantalón largo, remera manga larga, hijab tapando su cabeza. Algunas incluso con niqab (cubrian su cara y sólo se le ven los ojos). Me sentía desubicada con mi traje de baño occidental así que opté por ponerme encima un vestido, al menos cuando hubiera gente local cerca. En esta imagen pueden ver la diferencia entre los distintos atuendos:
Cada vez que llegaba una lancha mirábamos con curiosidad a los recién llegados. Pronto seríamos amigos. Coincidimos argentinos, españoles y franceses. También un chico pakistaní, guía de montaña. Juntos salimos a recorrer el corazón de la isla por sus senderos de trekking. Por la noche, fogatas y estrellas. Al ser tan poquitos extranjeros, cada nueva persona se unía al grupo naturalmente. También llegaban familias con niños y la data de los mejores lugares para hacer snorkel o nadar se compartía, había un espíritu de ayuda mutua, de compartir, de comunidad. Plenamente conscientes de que la isla donde estábamos era un lugar único. Así fue que conocí a la que apodé la familia internacional. Llegaron con sus cuatro hijos, cada uno con una mochila. Vivieron muchos años en Tailandia, en donde nacieron dos de los niños. Ahora viven en Kuala Lumpur, donde la mamá es maestra en una escuela internacional. El papá se encarga del cuidado de los hijos. Venían a explorar la isla, en busca de buenos lugares para hacer snorkel. También llegaron familias con hijos de Canadá y de Francia, pero estos dos casos en el contexto de viajes de varios meses alrededor del mundo. Me encantá conocer a las familias viajeras y la diversidad de formas de educar.
La noche antes de la partida de varios del grupo (incluida yo) con Augusto cocinamos para compartir. Nos quedaban pocos ingredientes y en la isla no hay ningún mercado. Igualmente queríamos compartir algo con el grupo. Unas papas, unas batatas. Aparecen un tomate y un pepino. Arroz. Salsa de soja que alguien dejó. No sé cómo pero salió una comida exquisita y abundante. Experimenté la magia de cómo todo se multiplica cuando se comparte. Charlamos alrededor del fogón hasta que la tormenta nos echó. Al rato mi carpa empezó a gotear. Entraba agua por el techo y los cierres. Los truenos hacían temblar los árboles. ¿Duraría sólo unos minutos o toda la noche?, ¿cómo estaría la familia internacional con sus cuatro peques? No se veía a más de un metro. Caían baldes de agua del cielo. Paradojicamente me sentía muy feliz, estaba empapada pero más viva que nunca, con el cuerpo saludable luego un día de caminata y snorkel con amigos. Las tormentas eléctricas pueden ser peligrosas, no soy ilusa, era mejor alejarme de los árboles y de la playa. Puse mis documentos en la mochila y corrí a la posada más cercana, donde estaban los amigos. No se veía nada pero conocía el camino. Allí me estaban esperando, preocupados. Buscaron en los armarios y me aprontaron una cama seca. Qué lindo se siente, aún tan lejos del pago, sentirse en familia, ¿será que la distancia nos hermana?, ¿o el ser occidentales en oriente?
A la mañana siguiente salió el sol, luego de que lloviera toda la noche. La familia internacional estaba bien, Augusto había sobrevivido a las goteras de su carpa. Festejamos con un anana súper dulce, antes de que me subiera a la lancha para volver al continente.
Quizá la moraleja es que nadie se salva solo.
Los abrazo fuerte
Yami
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Yami!! Qué bueno que sigamos disfrutando con tu compañía tantos lugares nuevos. También tantas experiencias con personas que se van juntando por azar con las mismas inquietudes y disfrutan y se solidarizan tan intensamente. Estoy contentísimo porque hoy llegó de visita mi hijo Axel con su esposo Carlos (sí, tengo un yerno brasuca, hermosa persona!). Abrazo fuerte.
Zulma está al lado mío y te manda un gran abrazo.
Yami!! Que hermoso es todo lo que contás, como siempre! Te cae la ficha de tantas cosas lindas que vas viviendo? Y qué lindo que sepas y reafirmes lo bien que te sentís cuando estas cerca del agua. A mí también me pasa... me hace muy bien, me gusta vivir en una ciudad con mar!
Te mando un abrazo fuerte!